La relación que cada cultura tiene con la muerte, la define. Actualmente en las sociedades del hemisferio norte, esta relación incluye el miedo. Este temor es, en parte, consecuencia de las creencias sociales del momento, del estilo de vida y del sistema económico que predomina. No ha sido siempre así en nuestra cultura ni lo es en otras, lo cual nos indica que este miedo no es inherente al ser humano. Esta reflexión se generó en mí a raíz de vivir una situación familiar en relación con una enfermedad grave. A partir de ella, consideré necesario formarme para acompañar a personas que van a morir y esa formación cambió mi percepción de la vida y, por tanto, de la muerte.
El título del artículo es la primera premisa y para desarrollarla vamos a partir de una segunda premisa: para amar la vida, hay que comprenderla y aceptarla. Para ello, sugiero cinco puntos de reflexión.
La vida es:
1. La vida es complejidad e interdependencia
Conviene saber de las relaciones mutuas y las influencias recíprocas entre las partes y el todo y las partes entre sí. La complejidad habla de las interacciones que existen dentro de los sistemas y el ser humano es uno de ellos.
Sobre ello habla la física moderna desde los años 80, y el budismo desde hace 2600 años. La filosofía budista postula un conocimiento global y complejo de la realidad exterior condicionado al conocimiento de uno mismo, pues si no hay conocedor, no hay objeto de conocimiento y viceversa. Sujeto y objeto son inseparables y simultáneos:
Si se trata de comprender esta complejidad, creo que es particularmente útil el concepto de “origen dependiente” (en tibetano, ten del) que articula y desarrolla la escuela de filosofía budista llamada Madhyamaka o Vía del Medio
―S. S. el Dalái Lama, 2000. El arte de vivir en el nuevo milenio, p. 15
2. La vida es impermanencia
Innegablemente el fluir de lo concreto, el cambio incesante es una condición de la experiencia humana. Sin mutación, no habría experiencia.
El hombre se ha esforzado desde siempre en encontrar un orden, una explicación al mundo y al comportamiento humano. Pero, si nos paramos a observar, podemos ver la impermanencia en nuestras propias vidas. Antes de la muerte física hay muchas otras muertes parciales. La primera es nacer. ¿Hay vida más allá del parto? Podría preguntarse un feto… Perdemos la seguridad y la calidez de la placenta, de la infancia, perdemos los amores, los amigos y ganamos otros, cambian nuestros estados de ánimo, nuestra dieta, cambiamos de casa, de profesión, etc.
Resulta inquietante constatar que la vida es cambio. ¿Inquietante para quién? Para el ego, esa habitación propia a través de cuyas ventanas interpretamos lo que sucede. Al ego le da miedo aventurarse a ir fuera de ella, así que, como un dictador paternalista, nos ofrece seguridad a cambio de nuestra libertad. Necesitamos esa matriz de pensamientos para sobrevivir psicológicamente porque nos da explicaciones y etiquetas de lo que percibimos. De esta manera nos parece que conocemos nuestro mundo y el lugar que ocupamos en él. Si no fuera así, habitaríamos un espacio intolerable para la razón humana.
Lo que somos es un misterio, y también el orden que rige el mundo, un misterio inalcanzable para nuestros sentidos, indescriptible para nuestro lenguaje, inconcebible para la razón. La esencia de lo humano se deja percibir desde el silencio, la contemplación y la meditación.
3. La vida es evolución
Aunque la impermanencia y el incesante movimiento rigen el mundo y nada es para siempre, hay un orden. Ese orden se aprecia en los ritmos de la naturaleza (interior y exterior) y del universo (interior y exterior). Un orden cuyo eje básico es vida-muerte, transformación y evolución.
A lo largo del recorrido, desde la aparición del hombre sobre la Tierra, desde la aparición de la primera célula, todo ha sido evolución. Esta se hace sobre la transformación y el cambio, tanto la biológica como la del pensamiento. La evolución se hace sobre la muerte, el destierro de creencias, mitos, ideas y pensamientos que sirvieron durante un tiempo para guiar el comportamiento humano. Cada paso de esa evolución ha tenido que superar el miedo ancestral hacia lo desconocido y lo nuevo.
4. La vida es disentir y hacerse preguntas
Si pensamos diferente, una vocecita allá dentro nos susurra que podríamos ser excluidos del grupo social y/o familiar al que pertenecemos y el exilio socioemocional no suena muy bien a nuestros oídos. Abrazamos, entonces, el catecismo social del momento para seguir “perteneciendo”. Sin cuestionar nada. Sin atrevernos a explorar más allá de lo que identificamos como territorios seguros.
Mientras escribo esto, estoy eligiendo. Elijo disentir, estar sola y en silencio. Apago el wifi y me desplazo a un espacio con pocas distracciones. La sensación de satisfacción interna que proporciona la escucha interior es más poderosa que cualquier otra. Elijo estar en contacto con lo que siento para poder describirlo en un espacio público compartido. Me anima a esta elección la confianza en que estos pensamientos encontrarán algún eco en personas que también han elegido disentir, cuestionar y hacerse preguntas.
Desde adolescente me hice preguntas como ¿quién soy yo y qué sentido tiene mi vida?, ¿qué es esto de vivir y qué sentido tiene la muerte? Y ya disentía del pensamiento que predominaba socialmente. Me apasionaba conocer las culturas clásicas, las diferentes tradiciones y esperaba con impaciencia las clases de Filosofía, especialmente las que hablaban del Humanismo y del Humanismo Crítico, y anhelaba que hubieran desarrollado más todas aquellas donde se hablaba de la trascendencia. Con el paso de los años, el estudio y la reflexión sobre mis experiencias de vida contempladas a vista de pájaro, desde la desidentificación y alejadas del egocentrismo, van orientando mis pasos.
5. La vida es amor y respeto
Parece que no llegamos a alcanzar una felicidad duradera cuando ignoramos la necesidad de estar con nosotros mismos. Parece que buscar la felicidad fuera no acaba de dejarnos satisfechos a juzgar por el inquietante número de suicidios juveniles y adultos, trastornos mentales, depresiones, ansiedades, adicciones, abusos, etc. En ese intento de huir y vivir fuera de nosotros mismos es cuando cabe excluir a la muerte y es por lo que el hecho de rescatarla está vinculado entrañablemente a la recuperación del amor a la vida y a otorgarle un sentido.
Amarnos es respetarnos. Amar la vida que late en nuestras venas, escucharla y respetarla es amar la vida. Respetar nuestro cuerpo y nuestras necesidades profundas de trascendencia y espiritualidad es agradecer la gran oportunidad de estar vivos y ser humanos. Solo haciéndolo con nosotros mismos podremos acompañar a otros. No es tarea fácil, pero es absolutamente necesaria.
Concluiré diciendo que acercarnos emocionalmente a la muerte nos prepara para ella. Que hablar de ella es hablar de la vida porque está implícita, que temer la muerte es temer la vida que somos. Y que compartir lo que tememos, lo que desconocemos y lo que amamos nos humaniza y nos hace sentir menos solos.
Os invito a seguir indagando a través del libro de Stephen y Ondrea Levine: ¿Quién muere? Sobre el vivir y el morir consciente.
Qué bello es vivir. En este clásico estadounidense de 1946 dirigido y producido por Frank Capra, encontraréis algunas respuestas. Se basa en el cuento de El mayor regalo, escrito por Philip Van Doren Stern en 1939, que, a su vez, se basa libremente en la novela de Charles Dickens Cuento de Navidad.
¿Cómo te sientes cuando escuchas la palabra ‘muerte’?
¿Has imaginado tu vida sin alguno de tus seres queridos?
¿Has pensado alguna vez qué huella estás dejando en este paso por la vida?
¿Cuán apegado te sientes a la vida y por qué?
4 comentarios
Muchas gracias María del Mar por tu interesante reflexión, también son de agradecer las referencias que aportas.
Hermosa reflexión que comparto. Vivimos en una sociedad tanatofóbica, por eso es imprescindible la reflexión y la contemplación de la muerte.
Muchas gracias María del Mar. Muy interesante!!! 🙂
Muchas gracias.
Es un artìculo muy interesante, para seguir profundizando